lunes, 29 de octubre de 2012

Tlaloc

http://www.youtube.com/watch?v=JToXkF_wYPE
El imponente monolito de Tláloc que desde su pétrea antigüedad da la bienvenida a los 
visitantes del Museo Nacional de Antropología de México, es una de las monumentales 
esculturas que fueron trasladadas desde lugares remotos a la Ciudad de México con el fin 
de conjuntar una de las colecciones arqueológicas más impresionantes y ricas del 
Continente Americano.

El misterioso coloso de piedra atrajo la atención de los forjadores del museo por sus 
enormes dimensiones, ya que se buscaba exponer las importantes y singulares piezas en 
esa nueva joya arquitectónica que sería inaugurada en 1964.

Tendida sobre su lado posterior, la gran piedra labrada permaneció inmóvil por siglos en el 
sitio original desde donde sería transportada a la Ciudad de México. El monolito se 
encontraba sin ninguna protección ni cuidado especializado, incluso con grafiti en sus 
costados, aunque su colosal apariencia atraía a turistas y a alumnos de escuelas mexicanas.

Este gigantesco monolito —del que se ha mantenido representa a la deidad de la lluvia de 
los antiguos pobladores del México pre-columbino— fue trasladado desde la población de 
San Miguel de Coatlinchán, Estado de México, ubicada a unos 50 kilómetros del sitio del 
museo y hacia al oriente de la Ciudad de México.

Labrado en basalto, de 7 metros de altura y 168 toneladas de peso, el monumento es el 
más grande encontrado del hemisferio americano. Debido a que el labrado del mismo está 
incompleto, —nunca fue terminado por sus creadores originales— fue difícil identificarlo como 
la representación de Tláloc. Sin embargo, algunos detalles importantes del rostro del 
monolito, así como su aspecto general, llevaron a los expertos a sugerir que se trataba de 
una deidad relacionada al agua, ya sea Tláloc o Chalchiuhtlicue, deidad teotihuacana del 
agua, ríos y mar.

Otro aspecto que influyó en la identificación de esta impresionante piedra fue el hecho de 
que fue encontrada en el fondo un arroyo seco, lo cual dio pie a la formulación de la 
hipótesis de que se trataba de una deidad relacionada al agua. Un factor más para su 
identificación, fue lo que los antropólogos llamaron un incuestionable parecido estilístico a la 
diosa encontrada en Teotihuacan que fue labrada en el mismo tipo de piedra basalto.
El trasladoEl proyecto de traslado del monolito del pueblo a la ciudad  fue uno de los más ambiciosos 
planes arqueológicos que se hayan llevado a cabo en el continente. Aunque se trataba de 
una distancia relativa, las dimensiones y el peso de la gran piedra representaron un 
verdadero desafío para poder trasladarlo desde Coatlinchán al que sería su nuevo sitio en la 
avenida Paseo de la Reforma, en el área de Chapultepec.

Los arduos preparativos duraron un año e involucraron a cientos de trabajadores bajo la 
supervisión de Pedro Ramírez Vázquez, renombrado arquitecto mexicano, quien estuvo al 
frente de la construcción del fastuoso Museo Nacional de Antropología.

La gran pieza arqueológica que ahora se conoce como una representación de Tláloc, fue 
levantada con cables de su posición recostada sobre su lecho inmemorial para colocarla en 
un tráiler sobre una plataforma construida para tal propósito, y así poder realizar su lenta 
transferencia a la capital de México.

Es importante destacar que los habitantes de Coatlinchán se opusieron terminantemente a 
que el gran monolito fuera removido de su sitio original, e incluso sabotearon de diferentes 
maneras los preparativos para evitar que la gran piedra fuera retirada de esa zona. Los 
lugareños se apegaban a la creencia de que si el monolito era removido, las lluvias cesarían 
en el lugar.

El gobierno impuso su plan de trasladar el monolito y para ello se valió del ejército y de una 
serie de negociaciones que resultaron finalmente en el desplazamiento de la piedra. A casi 
medio siglo de que la piedra de Tláloc fuera mudada, nuevas generaciones de habitantes de 
Coatlinchán se lamentan de lo que consideran una irreparable pérdida cultural y económica 
para su población.

La partida del histórico monolito se fijó para el 16 de abril de 1964. Los habitantes de 
Coatlinchán atestiguaron la partida del monolito a partir de las 6 de la mañana, mientras 
que los habitantes de la Ciudad de México presenciaron la impresionante llegada durante la 
noche. Se calculó que aproximadamente 25 mil personas le dieron la bienvenida a lo que se 
convertiría en un tesoro arqueológico nacional que ha sido visto por millones de personas en 
su nueva morada.

Lo que se consideró una verdadera ironía ocurrida justo al arribo de lo que se dice 
representa a la deidad de la lluvia, fue el hecho de que se precipitara la más fuerte tormenta 
de lluvia de la que hasta entonces se tuviera memoria en la Ciudad de México, hecho inusual 
como insólito para esa temporada seca.

De pie y por casi 50 años, este monolito que el pueblo de Coatlinchán contribuyó al acervo 
cultural de México hoy es admirado sobre su nueva plataforma rodeada de agua, en el 
vestíbulo del Museo Nacional de Antropología de la gran ciudad de México.



Tláloc era una deidad de la lluvia, cuyo nombre proviene del náhuatltlaloctli, "Néctar de la tierra".

Entre los zapotecos y totonacos se le llamaba Cocijo, en la Mixteca era convocado como Tzhui; los tarascos lo conocían bajo el nombre de Chupi-Tirípeme; y los mayas lo adoraban como Chaac.  Este dios mesoamericano del agua y la agricultura se representa con una máscara compuesta por dos serpientes torcidas entre sí formando la nariz; sus cuerpos se enroscan alrededor de los ojos, y las colas conforman los bigotes. Se asocia al color azul del agua, bebida que alimenta a la madre tierra, y origina el nacimiento de la sensual vegetación; se relaciona con el verde del jade; y se encuentra unido a las nubes tempestuosas que están en el cielo, de las cuales emergerá el rayo.  El dios de los mantenimientos -necesarios para la vida del hombre que habita en el paraíso terrenal- es ayudado por cuatro tlaloques que se encuentran en los puntos cardinales, quienes portan bastones y cántaros, de los que brota la lluvia. 
La historia comenzó a 33.5 km de la ciudad de México, en San Miguel Coatlinchán (del náhuatlcóatl, serpiente;in,prefijo posesivo de tercera persona del plural; y,chantli, hogar: "la casa de las serpientes", en el actual municipio de Texcoco, Estado de México.  En 1889, José María Velasco pintó un monolito que se encontraba en las cercanías del pueblo -en la cañada de Santa Clara- pensando que era Chalchiuhtlicue. En 1903, Leopoldo Batres afirmó que se trataba de Tláloc. Años más tarde, Jorge Acosta, en un oficio de 1958, lo llamó simplemente "monolito". Para 1964 se decidió trasladarlo a la Ciudad de México, para enmarcar al entonces recién constituido Museo Nacional de Antropología. Pero para la comunidad de Coatlinchán, la historia comienza desde sus abuelos, quienes convivían familiarmente, inmersos en leyendas alrededor de la cañada del agua... 
Dentro de una iglesia del siglo XVI -punto de reunión principal-, algunos miembros de la comunidad recuerdan nostálgicos. Contaban los tatarabuelos de los abuelos que: "nuestros antepasados, celosos de su religión, llevaron al Tláloc a esconder en el monte, cuando la llegada de los españoles quienes destruían todo lo relacionado con la vieja cultura. Aunque pesaba mucho, para ellos no había imposibles, pues eran de una raza muy fuerte. Lo enterraron completamente, pero al paso de los años, la gente que iba al monte empezó a descubrirla, rascaron hasta que quedó a flote". 
En aquella época, conducían a la "gente de razón" a caballo o a pie por el camino del lugar donde estaba la piedra de los Tecomates, llamada así "por tener huecos en forma de jícaras a la mitad de la panza", que se llenaban de agua en temporadas de lluvia, "aguas que tenían algunos poderes curativos".  Si estos huecos se encontraban húmedos, sin que fuese temporada de lluvias, era señal de que pronto las habría. Entonces el pueblo era fértil, las montañas estaban repletas de árboles, la gente recogía leña del bosque para hacer carbón y visitaba al señor de los Tecomates, los campesinos, entre marzo y abril, ponían maíz en las jícaras, como petición para sus cosechas. También se decía que muy cerca del lugar brotaba un manantial, de cuyas aguas salía una sirena, por lo cual las muchachas del pueblo le llevaban juguetes cada día de San Juan.   
Los fines de semana se realizaban excursiones escolares; los jóvenes organizaban fiestas y bailes; las familias convivían bañándose en el riachuelo cercano a Tláloc; el día de la Santa Cruz pasaban a visitarlo, cuando cambiaban la cruz que se encuentra arriba de la cañada. También algunos fuereños, curiosos o turistas, visitaban la piedra de los Tecomates, así que los pobladores aprovechaban para contarles historias, venderles alimentos o pequeñas figuritas que encontraban al trabajar sus tierras, pues "en ese entonces la gente era muy pobre y con ese dinero, podían vivir mejor".  Un día, vino personal del Gobierno a platicar con los delegados y maestros, pues querían llevarse el ídolo a la ciudad. Aunque la comunidad no estaba totalmente de acuerdo, se llegó a un arreglo. Días más tarde comenzaron a agrandar el camino de la carretera a la cañada del agua; desenterraron al colosal monolito hasta liberarlo; lo amarraron con cables de metal a una estructura que lo sostendría, para luego colocarlo sobre una plataforma. 

Los habitantes, aún incrédulos, amenazaba al personal que llevaba a cabo la movilización.

Renacieron las leyendas "si lo tocan se volverán piedra"; "si lo mueven algo malo va a pasar"; "no la muevan, es el tapón del mar". Otros comentaban: "dicen que en el tiempo de don Porfirio pensaban meter el tren para llevárselo, pero no lo hicieron ¡cómo se lo van a llevar ahora!"  El alboroto creció al acercarse la maquinaria con la plataforma, jalada por dos vehículos que se atoraron en la entrada del pueblo. Un profesor de la escuela, junto con algunos muchachos que no estaban de acuerdo, descolgaron al monolito del tripié, y arrojaron nopales y piedras sobre los ingenieros de la obra. La gente salió a defender lo suyo. Hombres, mujeres y niños gritaban ¡Se llevan la piedra! con rifles, machetes y piedras, bloquearon el paso a los vehículos, así como la vía de acceso de la carretera. No dejaban pasar a nadie que no fuera conocido.
Desmantelaron la plataforma, poncharon las llantas de los trailers que ejecutarían la movilización, le quitaron los asientos, y le echaron tierra en el tanque de la gasolina. Al liberar al monolito de los cables que le ataban, se llevaron las carretillas, las herramientas y escondieron la dinamita. Al otro día, llegaron tropas del ejército, con el fin de apaciguar al poblado, así como para cercar al Tláloc y proteger su traslado. Los soldados ocuparon el pueblo cerca de un mes, tiempo en que se construyó un centro de salud y la escuela primaria.  A las tres de la mañana del 16 de abril de 1964, el enorme monolito de siete metros de alto, con 167 toneladas de peso (el más grande del Continente y uno de los cinco más grandes del mundo), irrumpió las calles del pueblo, arrastrado por dos cabezas de trailers, escoltado por militares, policías federales de caminos, arqueólogos y arquitectos.
A su paso el pueblo salió para despedirlo con música y cohetes.  "La gente tenía mucho amor a la piedra de los Tecomates; cuando se la llevaron, los que en ese entonces éramos niños, salimos a darle la despedida, cantando y echándole confeti, flores y ¡vivas!, mucha gente lloraba y decía: ¡mataron a la población! Este pueblo ya quedó borrado del mapa, sin el Tláloc nadie vendrá de visita, de qué vamos a vivir.  A la salida, por el camino, los vehículos se atoraban entre árboles y casas, por lo que tuvieron que cortarlos en algunos techos. La salida se efectuó por la carretera de Texcoco, pavimentada para la ocasión. En Los Reyes, otra banda de música salió a la carretera en honor de su dios. Con una velocidad de cinco kilómetros por hora, tomó un tramo de la carretera a Puebla y siguió por la avenida Zaragoza. El séquito avanzaba llevando a cabo espectaculares maniobras. Desviaron túneles de los viaductos; al paso por las grandes avenidas de la ciudad, decenas de técnicos ayudados por bomberos tuvieron que cortar momentáneamente cables de luz y teléfono, para facilitar el desplazamiento del convoy. 
Al caer la noche, se detuvieron en San Lázaro, para continuar la marcha por Reforma. Extrañamente, a las 20:40 horas cayó una tormenta que inundó diversas zonas de la capital. "Las compuertas del cielo se abrieron", con fuertes lluvias que muchos atribuyeron a los poderes del dios.  Pese al clima y a las altas horas de la noche, se volvió un día de fiesta, pues a su paso por la Catedral, y de Reforma hasta Chapultepec, fue fuertemente ovacionado por enormes escoltas de capitalinos, turistas, reporteros e incluso por algunos miembros de la comunidad de Coatlinchán. Todos ellos, a pie o en sus propios transportes, siguieron al Tláloc hasta la madrugada del día 17, a su nueva morada en el Bosque de Chapultepec.

Se lo llevaron en contra de la voluntad de los vecinos.

Hay una placa que dice `donado por el pueblo de Coatlinchán', pero en realidad no todo el pueblo estuvo de acuerdo. Si fuera cierto no estaríamos inconformes. Nos quedamos sin nuestra piedra, ni siquiera la réplica que nos prometieron tenemos, quedamos desprovistos del agua que bajaba desde el manantial hasta el monte y la cañada".  Los pobladores de Coatlinchán, en general, y los miembros del comité de la Parroquia de San Miguel, aunque tristes por la pérdida de su "joya" se encuentran unidos y deseosos de preservar lo que les queda. Hoy llevan a cabo labores de conservación y protección de su patrimonio, en espera de crear un museo de sitio, con la esperanza de que, algún día, regrese su piedra de los Tecomates y con ella la prosperidad.   

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